A ella no la van a domar. Al escenario salió como una yegua andaluza de las que rezuman arte a cada paso. Recorrió la alfombra azul siguiendo un ritmo marcado por sus músicos. Despacio, con garbo. Ellos tampoco la iban a domar. Se llama Julia de Castro, es la cantante y actriz de De la Puríssima. El pasado martes 9 de mayo triunfó en el Teatro de la Zarzuela en un espectáculo que pocos esperaban. No es la primera vez que voy a verla.
Hace años no se quitaba la peineta y la chaquetilla torera. Sacaba un relicario al escenario y cantaba a los hombres, al sexo, al amor, a la lujuria entre cuchillos voladores. Decidió actualizar el cuplé, reivindicar aquellas canciones interpretadas por mujeres valientes. Ahora Julia ha cogido carrerilla para dejar atrás aquella etapa. Sigue igual de erótica, de malvada, de elegante pero busca algo más y su éxito en el Teatro de la Zarzuela puede ayudar a consolidar esta nueva fase.
Imaginaos el patio de butacas del recinto convertido en un escenario circular dorado y las tablas donde interpretan zarzuelas reformadas para acoger a parte de los espectadores. El resto, en los palcos y en una fila sobre el escenario.
Sus nuevas canciones llevan nombres de su propio santoral: Santa Frígida y Santa Frívola, entre ellas. Sus letras siguen siendo húmedas y sus estilismos, imposibles. El jazz acompaña los primeros temas. Allí estaba Miguel Rodrigáñez al contrabajo, el hombre con el que concibió De la Puríssima. Sobre el escenario circular y bajo un juego de luces precioso hay un piano, una batería y mucho espacio y atriles. Primera sorpresa, el Cuarteto Quiroga (dos violines, una viola y un violonchelo) salió a acompañar a Julia cuando buscaba dramatismo. Segunda sorpresa, La orkesta Mendoza (si, si, con K) llegada desde Tucson (Arizona), para interpretar una cumbia de aplanadoras y caminadoras.
Es un animal, es escena.
Hasta el próximo concierto, Julia.
¡Y un beso a todos!